Eres mi única verdad (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
Son las nueve y media de la noche del catorce de febrero. El termómetro marca bajo cero y, como es de esperar, no hay nadie en el parque. El frío espanta a los corredores y paseantes de perros nocturnos. Excepto a uno. Una figura femenina espera un banco, abrazándose las rodillas. Su nombre en Sofía. Tiene la nariz roja, los labios cortados, pero no le importa. Hace ya tanto frío que ni lo nota. Una ráfaga de aire helado le hace desaparecer unos segundos dentro de su enorme abrigo. Lleva ya un buen rato esperando. Siempre con la mirada puesta en una de las ventanas del edificio de oficinas que hay enfrente.
Mira la única ventana que está iluminada todavía. Sabe que siempre sale tarde de trabajar, pero no le importa esperarla. De hecho, soportar todo ese frío y soledad merece la pena. Sabe que bajará y se sorprenderá de verla ahí. Se acercará corriendo a pequeños pasos y le dirá: ¿No tienes frío?.
Sofía le contestará que no y ella se reirá. Y entonces, empezará a sentir el calor fluir dentro de ella sólo con oírla reír. Sus conversaciones ya parecen casi ensayadas, pero a Sofía no le importa. Cada vez descubre matices nuevos: la forma en la que se aparta el flequillo de la cara, cómo arruga la nariz cuando se ríe. No se cansa. Nunca se cansará de ella.
Sin embargo, hoy piensa romper la monotonía de la conversación. Hoy es San Valentín, un día hecho para el amor. Aunque Sofía la quiere los trescientos sesenta y cuatro días restantes del año. No sabe cómo va a reaccionar cuando le diga que la quiere. Ni siquiera sabe lo que le va a decir. Hoy también es un día importante para Sofía. Decirle a Alicia lo que siente será admitir en su plenitud un secreto y una verdad arraigada en lo más profundo de ella: que le gustan las chicas. En su fuero interno, sospecha que su amada es como ella y le corresponderá. Todos los indicios apuntan a ello. Es preciosa y nunca ha tenido ningún novio formal. Además, no tiene reparos en decirle una y otra vez lo a gusto que se encuentra cuando está con ella.
Sofía sonríe en la oscuridad. Ve como la figura de Alicia pasa delante de la ventana. Incluso desde esa distancia, se distingue que anda ajetrada de aquí para allá. A lo mejor, entre informe e informe, echa miradas furtivas a través del cristal para observarla. Y sueña con que se declara y viven una preciosa historia de amor. A lo mejor Sofía sueña demasiado.
La luz titila y la sombra de Alicia agarra el abrigo y el bolso. La luz de la ventana desaparece definitivamente y todo queda en silencio. El latido del corazón de Sofía resuena estridente en la oscuridad. En su estómago bailan millones de mariposas, tantas que teme que al abrir la boca salgan todas volando. Se levanta del banco y siente las extremidades frágiles, no pueden con su peso. Da un par de pasos hacia la puerta del edificio. Sofía siente la boca seca, un nudo en el estómago. Se abre la puerta y sale Alicia, envuelta en su habitual anorak de color negro. La va a llamar cuando percibe que parece más agitada que de costumbre. Nada más poner un pie fuera del umbral, comienza a mirar a todos lados con urgencia. El corazón de Sofía late con más fuerza. Sin duda, la busca a ella. No hay nadie más a su alrededor.
De pronto, Alicia fija la vista en la esquina de enfrente. Saluda con la mano y con una sonrisa inmensa, corre hacia la figura que se acerca. Ella salta sobre él y él la agarra, riendo. Y se besan. Es un beso largo, intenso, de película. Alicia pasa la mano por su nuca, él juega con su pelo en los dedos. Se recorren el uno al otro, ansiosos. Se aman.
Ninguno de los dos perciben la figura que ha caído al suelo de rodillas. Sofía sigue mirando a la pareja, sin verla. Sólo siente el latido de su corazón, sorprendida de que siga en su pecho. Porque se siente rota, sola y desamparada. De su boca, en vez de mariposas, salen sollozos. Entonces percibe la calidez de las lágrimas rodando por sus mejillas. Lo único cálido que encuentra en aquel momento. Lo prefiere al vacío que siente cuando se levanta del suelo. Observa como Alicia y el chico se besan de nuevo y se alejan charlando amigablemente.
Alicia ni siquiera hace amago de mirarla. Sin embargo, Sofía ya ni se percata. Es un cascarón vacío. Se aleja del parque, sorprendida de poder andar, y con un solo pensamiento en la cabeza: Si hubiera sabido que iba a doler... ¿habría amado?